¡Ha resucitado! Y se apareció a los discípulos de Emaús (cfr. Lc 24, 13-35)

de Eugenio Andrés Lira Rugarcía
Obispo Auxiliar de Puebla y Secretario General de la CEM

III Domingo de Pascua, ciclo B

¡Cristo ha resucitado! ¡Ha triunfado el amor, la verdad, el bien, la justicia, la libertad, el progreso y la vida! Sin embargo, algunos se resisten a creerlo. Por eso viven tristes, solos, decepcionados y sin sentido, como aquellos discípulos que van a Emaús, resignados a no esperar ni luchar más. Y aunque Jesús resucitado salió a su encuentro, estaban tan encerrados en sí mismos y en su sensación de fracaso, que no lo reconocieron.

Quizá como ellos digamos: “Esperaba que Jesús me ayudaría; que yo mejoraría y todo iría bien en mi matrimonio, mi familia, mi noviazgo, mis amistades, mi escuela y mi trabajo. Que saldría del bache económico. Que en México y en el mundo habría paz y oportunidades para todos. Pero como eso no ha pasado, lo mejor es fugarse en el egoísmo, los mundos virtuales, los placeres, la tranza, la indiferencia y el conformismo, dejando que cada uno se las arregle como pueda[1].

Pero Jesús no nos abandona en ese callejón sin salida que termina por destruirnos a nosotros mismos y a los demás. Se nos acerca y nos habla en su Palabra –contenida en la Biblia y en la Tradición de la Iglesia– haciéndonos ver la totalidad de lo real, y nos comunica la fuerza de su amor en la Eucaristía para que podamos avanzar hacia la libertad, la unidad, el progreso, la plenitud y la eternidad.

Por eso el Papa aconseja: cuando estés triste, con muchos problemas, preocupaciones y desilusiones, toma la Palabra de Dios y ve a Misa el domingo. Porque la Palabra de Dios y la Eucaristía reencienden nuestros corazones con el calor de la fe, la esperanza y el amor; nos llenan de alegría y nos hacen ir adelante en el camino[2] ¡Sólo el Señor es nuestra tranquilidad![3]

Si hasta ahora no lo habíamos hecho, podemos arrepentirnos y cambiar, como aconseja san Pedro[4], comprendiendo que, como señala san Juan, quien conoce a Dios y lo ama, cumple sus mandamientos[5], consciente de que en ellos Él nos muestra el camino que conduce al progreso, la paz y la vida plena y eterna: el amor, que es comprender, actuar con justicia, ser servicial, pedir perdón y perdonar.

Encontrando a Jesús en su Palabra y la Eucaristía, pidámosle: “quédate conmigo, en mis alegrías y en mis penas, en mis éxitos y fracasos, y haz que vuelva arder mi corazón apagado por la enfermedad y el sufrimiento. Quédate en mi matrimonio y en mi familia, porque sólo tú puedes hacer resurgir el amor que se ha apagado por el egoísmo, la rutina y la infidelidad. Quédate en nuestra sociedad, porque sólo tú puedes mostrarnos el camino para alcanzar el progreso y la paz” ¡Pidámoselo! Él, como dice san Gregorio, “honra a los que lo invitan”[6].


[1] Cfr. JUAN PABLO III, Homilía a los Jóvenes, San Juan de los Lagos, 1990.

[2] Cfr. Regina coeli, 4 de mayo de 2014.

[3] Cfr. Sal 4.

[4] Cfr. 1ª Lectura: Hch 3,13-15.17-19.

[5] Cfr. 2ª Lecutra: 1 Jn 2,1-5.

[6] SAN GREGORIO ut supra.