IV Domingo de Pascua, ciclo B

«Yo soy el buen pastor y conozco a mis ovejas y ellas me conocen a mí»

Primera lectura: Hechos de los Apóstoles 4,8-12.

Marco: En los Hechos de los Apóstoles Lucas relata los prime-ros pasos de la evangelización y la proclamación. Hoy proclamamos parte del tercer discurso de Pedro ante el sanedrín (es decir, las autoridades religiosas y civiles de Israel en tiempos de Jesús y de los primeros años de la Iglesia).

Se ha producido un milagro: en el nombre de Jesús resucitado un paralítico ha sido curado. Las autoridades se inquietan y requieren la presencia de los Apóstoles para averiguar lo sucedido. La contestación de Pedro es el frag-mento que proclamamos hoy.

Reflexiones:

1ª) Averiguación maliciosa sobre el milagro.

Jefes del pueblo y senadores, escuchadme: porque le hemos hecho un favor a un enfermo, nos interrogáis hoy para averiguar qué poder ha curado a ese hombre. Los apóstoles han realizado una obra buena, un milagro, en el nombre de Jesús. Para entender la inquietud de los jefes es necesario recordar algo importante: para el pensamiento judío un hombre sólo puede actuar si está vivo. Un ser humano muerto no actúa. Ahora bien, si ese enfermo paralítico camina y lo hace porque se ha invocado el nombre de Jesús, quiere decir que Jesús, condenado a muerte y ejecutado, no está muerto sino vivo. En su estructura teológica y religiosa sólo queda una salida: Jesús ha resucitado. Y eso es precisamente lo que les inquieta y rechazan. La proclamación apostólica y la actuación de Jesús vivo inquieta a sus contemporáneos y a los que se han acercado a Él en todos los tiempos. Y nos sigue inquietando e interrogando hoy porque rompió y rompe los esquemas y esperanzas de entonces y de ahora, pero ofreciendo a su vez una mejor y más auténtica esperanza ya que responde a las necesidades más profun-das de todos los hombres de todos los tiempos. Así es Dios y así es Jesús resucitado.

2ª) El Resucitado es el mismo que fue Crucificado.

Quede bien claro, a vosotros y a todo Israel, que ha sido el nombre de Jesucristo Nazareno, a quien vosotros crucificasteis y a quien Dios ha resucitado de entre los muertos. Aquel a quien crucificaron está vivo. Esta es la raíz de nuestra fe cristiana: creer a Dios que nos revela que el crucificado está vivo y resuci-tado. Porque en realidad cuando creemos en la resurrección de Jesús creemos en el poder de Dios que le resucitó. Pablo lo repite insistentemente en sus cartas (Cl 2,9-13; Ef 1,19; Rm 4,24-25). Creemos en un Dios personal que actúa en la historia de Jesús y en la historia de los hombres. Para que el hombre encuentre el camino que la conduce a su verdadero destino es necesario reconocer la identidad entre el que fue crucificado y el que ahora esta vivo. Y que este paso radical se debió al poder de Dios que resucitó a Jesús y que los sigue ofreciendo a los hombres. No son dos seres distintos, es el mismo, pero en una situación totalmente nueva. Sólo desde esta convicción firme se encuentra sentido a la existencia humana: el humillado en la cruz que asume el sufrimiento y la muerte por los hombres ahora está vivo.

3ª) ¡En la resurrección de ese hombre llamado Jesús resucitaremos todos!

Y este es el destino de todos los creyentes y de todos los hombres: en la resurrección de ese hombre llamado Jesús todos somos convocados a la resurrección después de la muerte. Nosotros tenemos un refrán popular muy extendido: todo tiene remedio menos la muerte. Pero la fe lo corrige profundamente: todo tiene remedio incluso la muerte. Con frecuencia se nos dice: "hablan del cielo, del más allá, pero nadie de los que han muerto ha vuelto a decirnos lo que hay después de la muerte". Sí, hubo uno: Jesús de Nazaret, hombre verdadero: a quien crucificasteis y murió en la cruz, Dios lo ha resucitado. Es la respuesta al interrogante más profundo y angustioso de la humanidad. La actuación de Dios responde a la necesidad del hombre. Por eso es una Buena Noticia para él.

4ª) Jesús es la piedra angular del edificio humano.

Jesús es la piedra que desechasteis vosotros, los arqui-tectos, y que se ha convertido en piedra angular; ningún otro puede salvar. La piedra angular tiene un doble sentido: es la piedra maciza y central colocada en la base sobre la que se sustenta firmemente todo el edificio. Pero también se entiende la piedra central de la bóveda de la que depende todo el equilibrio de la misma. Jesús es el fundamento firme y es el centro del equilibrio. Sólo en Él y sobre Él se puede construir un edificio humano sólido. Él, verdadero hombre, conocedor de sufrimientos y de la muerte ha resucitado. Por eso es la piedra firme. Jesús responde que la muerte no es la última experiencia. La puerta queda abierta a otra más auténtica: la resurrección. Por eso es el único que nos puede salvar del miedo a la muerte y nos abre caminos de vida. Esa esperanza engendra en nuestro caminar histórico firmeza, seguridad y equilibrio en el uso del mundo y del tiempo. Jesús da firmeza y equilibrio al hombre mientras camina y trabaja en el mundo. Le enseña a integrarlo todo.

Segunda lectura: Primera Carta de san Juan 3,1-2.

Marco: El autor de la primera carta de Juan se encontró con graves problemas en las comunidades. Por una parte, se centra-ban en la doctrina: había algunos, que se decían profetas, que negaban que la Palabra eterna de Dios se hubiera hechos realmente hombre. Esto nos parecería un problema muy elevado; pero en reali-dad, se tradujo en algo muy concreto: que se había quebrado la esperanza futura en la gloria y se había minusvalorado el auténtico valor del amor fraterno hasta el don de la vida como enseñó Jesús en la Ultima Cena. Se trataba de la tarea cotidiana de las comunidades. El fragmento sitúa todas las cosas en su lugar.

Reflexiones:

1ª) ¡Somos Hijos de Dios!

Mirad qué amor tan grande nos ha tenido el Padre para llamarnos hijos de Dios, pues ¡lo somos! Es necesario entretenerse no solamente en la nuestra reflexión sino toda la vida en esta breve pero rotunda expresión: ¡Somos hijos de Dios! Jesús nos había enseñado durante su ministerio que debíamos dirigirnos a Dios Padre como lo hacía Él mismo, llamándolo e invocándolo como "Papá" con toda la carga de confianza filial, responsabilidad y obediencia amorosa que eso conlleva. Nuestra experiencia humana nos enseña que "papá" y "mamá" (Dios es ambas cosas a la vez) reflejan un clima de delicada y profunda confianza y amistad que engendra múltiples relaciones. Dios es infinitamente gratuito. Sabe que el don gratuito empuja más a la respuesta que la imposición o el sometimiento. En su Reino quiere hijos no esclavos. La Pascua nos invita a ahondar en nuestra conciencia de filiación. En la noche pascual renovamos nuestro bautismo. El mundo en sus relaciones laborales, sociales, familiares y de todo tipo cambiaría profundamente si los hombres tuviéramos "conciencia" real de esta filiación. Pues para eso vino Jesús y predicó, murió y resucitó. Es posible esta utopía. Pero si la tomamos como una utopía, es decir, algo que ocurre en otro lugar distinto del que nos fabricamos nosotros: en el Reino de los Hijos de Dios.

2ª) ¡Ahora somos hijos de Dios pero en esperanza!

Ahora somos hijos de Dios y aún no se ha manifestado lo que seremos. Y ese Reino de Dios comienza ya en la tierra y en la historia vulgar y corriente de los hombres. Ya tenemos las primi-cias de ese Reino. La esperanza cristiana no lo deja todo para el final. ¡Ya somos ahora hijos de Dios! Esta convicción debe empujar a construir en nuestro entorno familiar, comunitario, laboral y de múltiples relaciones humanas lo que Dios quiere. Los padres quieren que sus hijos se les parezcan en lo mejor que tienen. Y Dios-Padre también lo quiere y lo desea. Pues, el Padre es un Dios de amor solidario, de paz auténtica, de justicia escrupulosa, de misericordia disculpante, de alegría contagiosa, de bondad generosa. Comencemos ya desde ahora a hacer posible el Reino de los hijos de Dios en la tierra con la esperanza de conseguir el Reino en la meta final. Pues de este modo nos enseñó a orar Jesús: Venga tu Reino. Así se manifiesta velada pero poderosamente la fuerza del Reino de Dios ya desde ahora.

3ª) ¡Seremos semejantes a Él!

Sabemos que, cuando se manifieste, seremos semejantes a Él, porque le veremos tal cual es. La obra de Cristo, expresión del amor del Padre en la cruz y expresión acabada del poder de Dios en la resurrección, nos ha revelado plenamente el proyecto original de Dios: un proyecto de vida feliz para el hombre. Nos hizo a su imagen y semejanza. Y Dios es vivo y feliz. Por tanto los hombres, sus imágenes, estaban destinados a la misma realidad. La ruptura del pecado, desbarató aquel primer proyecto. Pero no lo destruyó, como tampoco destruyó la imagen de Dios en el hombre. Pues ahora se nos promete para el final del camino que seremos semejantes a Él porque le veremos tal cual es. Ese es el destino más consolador para el hombre. Inmerso en esta historia cotidiana, saturada de experiencias destructoras y de muerte, que parece desmentir tales proyectos de Dios, el hombre recibe un mensaje que le encaja perfectamente: lo que anhela desde lo profundo de su ser consciente o inconscientemente, se le asegura en Jesús resucitado.

Evangelio: Juan 10,11-18.

Marco: Los capítulos 9 y 10 tienen un tema central importante: Jesús es la luz del mundo. En el capítulo 10 Jesús se revela como el Buen Pastor que acoge, cuida, conduce a la vida a sus discípulos y les entrega su misma vida. Pero en ese ciego de nacimiento curado estamos representados todos los creyentes. Por eso Juan quiere que el lector y oyente de todos los tiempos se sienta identificado con el ciego y entre en la acción que le presenta en su relato. Y, por tanto, vivan en la seguridad de que tienen un Buen Pastor que expone la propia vida por los suyos. Así es Jesús, Luz del mundo.

Reflexiones:

1ª) La señal del Buen Pastor: donación de la vida.

Yo soy el Buen Pastor. El Buen Pastor da la vida por las ove-jas...Por eso me ama el Padre: porque yo entrego mi vida para poder recuperarla. Nadie me la quita, sino que yo la entrego libremente. El adjetivo utilizado por el evangelista para calificar al Pastor no indica solamente su bondad personal, sino también y especialmente califica su misión. Jesús se presenta como el único Pastor genuino, auténtico, digno de fiar. Y eso es lo importante en el momento en que habla Jesús y en el que escribe el evangelista: muchos se presentaron con la pretensión de ser los salvadores (celotas, entre otros). Pero ninguno llevaba la marca de la autenticidad, no fueron de fiar y llevaron al pueblo a la destrucción (destrucción de Jerusalén en el año 70). Jesús es el único salvador. Y está dispuesto a llevar su misión hasta el final y así lo realiza: hasta el don generoso de la propia vida. Para ello el evangelista lo contrasta con el mercenario que está más pendiente del sueldo que del bienestar de las ovejas. El evangelista piensa también en los pastores de su Iglesia. Y para ellos escribe indicando: mirad al verdadero Pastor y sacad vuestras consecuencias. Una severa advertencia. Jesús entrega la vida libremente, nadie se la arrebata violentamente. Una bella interpretación de la muerte de Jesús: nadie tiene amor más grande que el que entrega su vida por sus amigos.

2ª) El Buen Pastor trata personalmente con los suyos.

Yo soy el Buen Pastor, que conozco a las mías y las mías me conocen, igual que el Padre me conoce y yo conozco al Padre; yo doy mi vida por las ovejas. En la Ultima Cena (Jn 15,12-15) Jesús realizará -según el evangelista Juan- una de las revelaciones más consoladoras: vosotros sois mis amigos si hacéis lo que yo os mando. Con esta revelación introdujo en la historia una nueva relación de los hombres con Dios, elevándolos a la categoría de amigos. Pero es necesario escuchar de sus labios el por qué: porque os he revelado todos los secretos que he recibido de Dios. El trato auténtico entre los amigos radica ahí. Pitágoras afirmaba: entre los amigos todo se tiene en común. Un trato interpersonal de auténtica amistad. Jesús conoce a los hombres (especialmente a sus discípulos) con sus nombres propios. Recuérdese que en el Oriente la imagen del Pastor está relacionada con los gobernantes, los dirigentes espirituales y los maestros que enseñaban al pueblo. Jesús introdujo una radical novedad: su gobierno y su enseñanza se imparte y se recibe en un clima de total amistad y apertura.

3ª) ¡Jesús rompe fronteras: Pastor universal!

Tengo, además, otras ovejas que no son de este redil; también a esas las tengo que traer, y escucharán mi voz y habrá un solo rebaño, un solo Pastor. Jesús, Buen Pastor, ofrece a la humanidad la posibilidad real de constituir una sola gran familia, que era el proyecto original del Dios Creador. Una gran familia en comu-nión interpersonal de vida con la experiencia de la felicidad (este es el sentido original del relato del paraíso teológicamente considerado, porque nos hizo a imagen y semejanza de la comunidad que existía entre ellos). El relato popular de la torre de Babel trata de explicar la situación de enfrentamiento y división que existe entre los pueblos de la tierra. El Buen Pastor tiene como misión de reconstruir sobre nuevo cimiento la unidad de la familia humana: esa unidad se construye en círculos cada vez más amplios pero que comienza en la familia entendida como comunidad de vida y de amor y culmina en la reconciliación de toda la humanidad y de toda la creación. La Iglesia tiene la misión de ser en el mundo sacramento de salvación, de reconciliación y de comunión entre todos los hombres (cap. 17).

Fr. Gerardo Sánchez Mielgo
Convento de Santo Domingo. Torrent (Valencia)