2012-03-30 L’Osservatore Romano
Bajo el signo del binomio verdad y libertad ha concluido la visita a Cuba del Papa, que así completó su tercer viaje americano, vigésimo tercero internacional del pontificado. En seis días, durante los cuales al menos un millón y medio de mexicanos y más de medio millón de cubanos— por las calles y en las celebraciones litúrgicas— han podido ver directamente a Benedicto XVI. Y una vez más el itinerario del Pontifice se ha visto salpicado de repetidas manifestaciones de afecto y entusiasmo auténticos, dirigidas a un Papa que atrae cada vez más por su tímida amabilidad.
Verdad y libertad son, por lo tanto, las palabras que Benedicto XVI ha encomendado a todo el pueblo cubano, quince años después de que su predecesor recorriera la isla caribeña pidiendo que Cuba se abriera al mundo y el mundo a Cuba. Desde entonces se han dado algunos pasos adelantes en esa apertura, ciertamente no fácil entre otras cosas por las relaciones internacionales, a las cuales se ha añadido en los últimos años la crisis económica global. Ahora, sin embargo, se debe continuar, y el Papa lo dijo explícitamente en la homilía durante la misa en La Habana y en el discurso de despedida.
En el corazón de la antigua capital Benedicto XVI celebró en la plaza de la Revolución, bajo el altísimo memorial erigido al héroe cubano José Martí ya durante la dictadura de Fulgencio Batista y frente a enormes imágenes de los protagonistas de la insurrección que lo derrocó. Y precisamente desde ese lugar emblemático el Papa dijo que la verdad exige una búsqueda auténtica: para superar el escepticismo y el relativismo, pero también la irracionalidad y el fanatismo.
Fe y razón —repitió, por tanto, Benedicto XVI— son complementarias en esta búsqueda, para llegar al menos a fundar una ética que reconozca la «dignidad inviolable del ser humano» y que pueda acercar culturas y religiones, autoridades y ciudadanos, creyentes y no creyentes. Así pues, es significativo que también estos temas se hayan abordado en el encuentro con Fidel Castro, a quien el Pontífice recibió de forma privada en la nunciatura de La Habana.
Por su parte, la Iglesia propone con amistad y confianza el camino de Cristo y, por esto, junto a los derechos fundamentales, pide que se asegure plenamente el derecho a la libertad religiosa. Sin privilegios ni imposiciones por su parte, en una sociedad que la Santa Sede desea por fin renovada y reconciliada: «Que Cuba sea la casa de todos y para todos los cubanos, donde convivan la justicia y la libertad, en un clima de serena fraternidad», resumió con eficacia el Papa al despedirse del país. E, invitándolo sin reticencias a una ulterior apertura, más profunda y decisiva, la apertura a la persona de Cristo.
Por consiguiente, se concluyó con el anuncio del Evangelio este itinerario americano que Benedicto XVI ha afrontado con su valentía amable y no ostentada para sostener la fe en México y Cuba, y para ofrecer una mirada realista y confiada sobre el futuro de los dos países y de todo el continente. En suma, un viaje logrado. Más aún, para usar el adjetivo reservado por el Papa al de su predecesor en la isla caribeña, también histórico.
g.m.v