VII Domingo de Pascua, ciclo B

Papa: 
Francisco

Los Hechos de los Apóstoles nos ha presentado a la Iglesia naciente en el momento en el cual, Dios llama a quien debe tomar el lugar de Judas en el colegio de los Apóstoles. No se trata de asumir un encargo, sino un servicio. De hecho es Matías, sobre quien recae la elección, recibe una misión que Pedro define así: «Es necesario que uno, junto a nosotros sea testigo de su resurrección» – de la resurrección de Cristo (Hech 1,21-22). Con estas palabras él resume que significa formar parte de los Doce: significa ser testimonio de la resurrección de Jesús. El hecho que diga “junto a nosotros” nos hace entender que la misión de anunciar a Cristo resucitado nos es una tarea individual: si no es para vivirlo de modo comunitario, con el colegio apostólico y con la comunidad. Los Apóstoles han tenido la experiencia directa y maravillosa de la resurrección; son testigos visibles de este evento. Gracias a la credibilidad de su testimonio, muchos han creído; y de la fe en Cristo resucitado han nacido y nacen continuamente las comunidades cristianas. También hoy, nosotros, fundamos nuestra fe en el Señor resucitado bajo el testimonio de los Apóstoles llegado hasta nosotros a través de la misión de la Iglesia. Nuestra fe está ligada fuertemente a su testimonio como a una cadena ininterrumpida y prolongada en el curso de los siglos no sólo por los sucesores de los Apóstoles, sino por generaciones y generaciones de cristianos. A imitación de los Apóstoles, de hecho, todo discípulo de Cristo está llamado a convertirse en testigo de su resurrección, sobre todo en los ambientes humanos donde es más fuerte el olvido de Dios y la perdición del hombre.

Para que esto se realice, es necesario permanecer en Cristo resucitado y en su amor, como nos recuerda la Primera Carta de Juan: «Quien permanece en el amor, permanece en Dios y Dios permanece en él» (1 Jn 4,16). Jesús lo había repetido con insistencia a sus discípulos: «Permanezcan en mí… Permanezcan en mi amor» había dicho (Jn 15,4.9). Este es el secreto de los santos: permanecer en Cristo, unidos a Él como los racimos a la vid, para dar muchos frutos (Cfr. Jn 15,1-8). Y este fruto nos otra cosa que el amor. Este amor resplandece en el testimonio de Sor Juana Emilia De Villeneuve, que consagró su vida a Dios y a los pobres, a los enfermos, a los encarcelados, a los explotados, haciéndose para ellos y para todos un signo concreto del amor misericordioso del Señor.

La relación con Jesús resucitado es – por así decir – la “atmósfera” en la cual vive el cristiano y en la cual encuentra la fuerza para permanecer fiel al Evangelio, también en medio de los obstáculos y la incomprensiones. “Permanecer en el amor”: esto también ha hecho Sor María Cristina Brando. Ella fue conquistada completamente por el ardiente amor por el Señor; y por la oración, del encuentro corazón a corazón con Jesús resucitado, presente en la Eucaristía, y de ahí recibía la fuerza para soportar los sufrimientos y donarse como pan compartido a tantas personas alejadas de Dios y hambrientas de un amor auténtico.

Un aspecto esencial del testimonio que tenemos que dar del Señor resucitado es la unidad entre nosotros, sus discípulos, y a imagen de aquella que subsiste entre Él y el Padre. Y resuena también hoy en el Evangelio la oración de Jesús en la vigilia de la pasión: «Sean una sola cosa, como nosotros» (Jn 17,11). De este amor eterno entre el Padre y el Hijo, que se infunde en nosotros por medio del Espíritu Santo (Cfr. Rom 5,5), toma fuerza nuestra misión y nuestra comunión fraterna; de ella emerge siempre nuevamente la alegría para seguir al Señor en el camino de la pobreza, de la virginidad y de la obediencia; y este mismo amor nos invita a cultivar la oración contemplativa. Lo ha experimentado en modo eminente Sor María Baouardy, humilde e iletrada, supo dar consejos y explicaciones teológicas con extrema claridad, fruto del diálogo continuo con el Espíritu Santo. La docilidad al Espíritu Santo también la ha hecho un instrumento para el encuentro y la comunión con el mundo musulmán. Así como también Sor María Alfonsina Danil ha entendido que cosa significa irradiar el amor de Dios en el apostolado, convirtiéndose en testimonio de mansedumbre y unidad. Ella nos ofrece un claro ejemplo de cuanto sea importante hacernos responsables los unos de los otros, de vivir uno al servicio del otro.

Permanecer en Dios y en su amor, para anunciar con la palabra y con la vida la resurrección de Jesús, testimoniando la unidad entre nosotros y la caridad hacia los demás. Esto es lo que han hecho las cuatro Santas proclamadas hoy. Su ejemplo luminoso también interpela nuestra vida cristiana: ¿Como soy testimonio de Cristo resucitado? Es una pregunta que debemos hacernos ¿Cómo permanezco en el Él, cómo vivo en su amor? ¿Soy capaz de sembrar en familia, en el trabajo, en mi comunidad, la semilla de aquella unidad que Él nos ha donado haciéndonosla participe de la vida trinitaria?

Regresando hoy a casa, llevemos con nosotros la alegría de este encuentro con el Señor resucitado, cultivemos en el corazón el compromiso de vivir en el amor de Dios, permaneciendo unidos a Él y entre nosotros, y siguiendo las huellas de estas cuatro mujeres, modelos de santidad, que la Iglesia nos invita imitar.

(Traducción del italiano, Renato Martinez – Radio Vaticano)