Lecturas del jueves, séptima semana de Pascua, ciclo B

Pastoral: 
Litúrgica
Date: 
Jue, 2015-05-21

I. Contemplamos la Palabra

Lectura del libro de los Hechos de los apóstoles 22, 30; 23, 6-11

En aquellos días, queriendo el tribuno poner en claro de qué acusaban a Pablo los judíos, mandó desatarlo, ordenó que se reunieran los sumos sacerdotes y el Sanedrín en pleno, bajó a Pablo y lo presentó ante ellos. Pablo sabía que una parte del Sanedrín eran fariseos y otra saduceos y gritó: - «Hermanos, yo soy fariseo, hijo de fariseo, y me juzgan porque espero la resurrección de los muertos.» Apenas dijo esto, se produjo un altercado entre fariseos y saduceos, y la asamblea quedó dividida. (Los saduceos sostienen que no hay resurrección, ni ángeles, ni espíritus, mientras que los fariseos admiten todo esto.) Se armó un griterío, y algunos escribas del partido fariseo se pusieron en pie, porfiando: - «No encontramos ningún delito en este hombre; ¿y si le ha hablado un espíritu o un ángel?» El altercado arreciaba, y el tribuno, temiendo que hicieran pedazos a Pablo, mandó bajar a la guarnición para sacarlo de allí y llevárselo al cuartel. La noche siguiente, el Señor se le presentó y le dijo: - «¡Animo! Lo mismo que has dado testimonio a favor mío en Jerusalén tienes que darlo en Roma.»

Sal 15, 1-2 y 5. 7-8. 9-10. 11 R. Protégeme, Dios mío, que me refugio en ti.

Protégeme, Dios mío, que me refugio en ti;
yo digo al Señor: «Tú eres mi bien.»
El Señor es el lote de mi heredad y mi copa;
mi suerte está en tu mano. R/.

Bendeciré al Señor, que me aconseja,
hasta de noche me instruye internamente.
Tengo siempre presente al Señor,
con él a mi derecha no vacilaré. R/.

Por eso se me alegra el corazón,
se gozan mis entrañas,
y mi carne descansa serena.
Porque no me entregarás a la muerte,
ni dejarás a tu fiel conocer la corrupción. R/.

Me enseñarás el sendero de la vida,
me saciarás de gozo en tu presencia,
de alegría perpetua a tu derecha. R/.

Lectura del santo evangelio según san Juan 17, 20-26

En aquel tiempo, Jesús, levantando los ojos al cielo, oró, diciendo: - «Padre santo, no sólo por ellos ruego, sino también por los que crean en mí por la palabra de ellos, para que todos sean uno, como tú, Padre, en mí, y yo en ti, que ellos también lo sean en nosotros, para que el mundo crea que tú me has enviado. También les di a ellos la gloria que me diste, para que sean uno, como nosotros somos uno; yo en ellos, y tú en mí, para que sean completamente uno, de modo que el mundo sepa que tú me has enviado y los has amado como me has amado a mí. Padre, éste es mi deseo: que los que me confiaste estén conmigo donde yo estoy y contemplen mi gloria, la que me diste, porque me amabas, antes de la fundación del mundo. Padre justo, si el mundo no te ha conocido, yo te he conocido, y éstos han conocido que tú me enviaste. Les he dado a conocer y les daré a conocer tu nombre, para que el amor que me tenías esté con ellos, como también yo estoy con ellos.»

II. Compartimos la Palabra

“El Señor se le presentó y le dijo: ¡Ánimo!”

A lo largo de estas semanas de Pascua, Pablo de Tarso, se va haciendo un compañero habitual de camino. A través del libro de los Hechos de los Apóstoles vamos acercándonos a distintas facetas de este hombre a quien Cristo alcanzó: historia de conversión y de transformación que se traduce en que Pablo ya no puede vivir sino para anunciar a Cristo Resucitado, anunciar el Evangelio de la Gracia; la que el mismo experimentó en propia carne.
Pero el camino de evangelización no fue fácil para Pablo, igual. Progresivamente las reacciones por parte de los grupos judíos aferrados a la letra de la ley se van haciendo cada vez más violentas.

Pablo tiene que enfrentarse a la acusación de los suyos, entrar en controversia con ellos, defenderse. Para ello, se va a apoyar “estratégicamente” en un aspecto en el que los grupos acusadores están divididos: la creencia en la Resurrección de los muertos. ¡Qué astuto Pablo! A la vez que confunde a los judíos, su propia defensa se convierte en anuncio de lo central del Evangelio: la fe en la Resurrección.

Este episodio es sólo una pequeña tregua en el proceso de persecución que se está realizando contra el apóstol; pero en medio de una situación cada vez más difícil, Pablo, recibe de parte del Señor una palabra de aliento y de fuerza: Será este apoyo, esta confianza en Cristo la que le sostendrá en su misión hasta el final.

“Que todos sean uno”

En estas últimas semanas, en varios momentos, hemos ido recibiendo palabras de parte de Dios como éstas: “permaneced en mi amor” “El que está unido a mí, da mucho fruto” “sin mí, nada podéis” y hoy escuchamos en este Evangelio de Juan pedir a Jesús en la oración al Padre “que todos sean uno” “que los que me confiaste estén conmigo donde yo estoy”.

La palabra unidad, es utilizada frecuentemente por la gente; y así decimos “nuestra familia está muy unida” o lo contrario. Es en la familia donde con frecuencia se oyen cosas como estas: “ya no está la madre (o el padre) y se acabó la unión entre los hermanos.” Y es que tenemos la experiencia de que en los grupos humanos hay personas que tienen el carisma de vincular, unir, fortalecer los lazos comunes; también tenemos la experiencia de lo contrario.

Todos más o menos intuimos lo que hay detrás del deseo de unidad, y lo que ocurre cuando falta: rivalidad, enfrentamientos, tirar cada uno por lo suyo; mientras que cuando hay unidad, percibimos una sintonía común, una armonía de conjunto. Como cuando escuchamos un buen concierto, en el que a través de la diversidad de instrumentos, lo que percibimos no es una suma de sonidos diferentes, sino una melodía común.

Yo creo que en la petición de Jesús por la unidad de los suyos está el deseo de que podamos dejar que resuene en cada uno esa melodía común que es la vida de Dios en nosotros y que es fuente de la nuestra.

En una época con tantas situaciones que rompen la fraternidad humana, pedir por la unidad, es rogar que podamos encontrar un lugar común donde encontrarnos y reconocernos como hermanos. Y este será el mejor testimonio de la presencia de Cristo entre nosotros.

Hna. María Ferrández Palencia, OP
Congregación Romana de Santo Domingo