“Y Jesús le respondió: tú lo has dicho. Yo Soy Rey y vine a este mundo para dar testimonio de la verdad”. Y desde entonces frente a la figura sublime de Cristo Rey, se han levantado siempre otros intereses bastardos, como la hipocresía encarnada en los jerarcas judíos, o la cobardía política y convenenciera ejemplarizada en el pagano y servilista Pilato. Aunque Jesús nunca cedió ante el entusiasmo popular mesiánico, que estaba contaminado de elementos humanos y políticos, ya que el pueblo esperaba un Mesías político en el sentido temporal, es consciente de su realeza mesiánica, la cual es testificada por la visita de los sabios orientales y por la entrada triunfal en Jerusalén. El mismo letrero hiriente, que en forma irónica mandó poner en el cabezal de la cruz el gobernador romano, escondía esta misteriosa verdad. Jesús es Rey por naturaleza y por conquista de redención. Es Rey por su preminencia sobre todas las cosas y los hombres como Creador que es. Por ser el único mediador de la Salvación de toda la creación, posee un primado que lo coloca sobre todo cuanto existe como indiscutible Rey y Soberano. El mundo histórico ha quedado esencialmente vinculado a El en virtud de la redención. La humanidad no podrá alcanzar su destino, sino es por la obra de la salvación realizada por Jesús. El, será quien lleve todas las realidades de este mundo a plenitud.
Jesús afirma que su reino no es de este mundo. Con esto quiere decir que no es de pretensiones de poder temporal. No es la teocracia legalista definida por los jerarcas de Jerusalén; tampoco la democracia religioso-política de los revolucionarios zelotes que debe ser establecida por la violencia. No es un reino para ser construido por manos humanas mediante el exacto cumplimiento frío y sin corazón de una ley y de una ética conforme al espíritu de los fariseos. Pero no es por ello tampoco algo puramente espiritual, sino que ha de desarrollarse históricamente en el mundo de los hombres. La vida familiar, profesional, social, política o privada está dentro del marco de este reino, se realizan en el tiempo, pero tienen proyección de eternidad. Su reino sin ser de este mundo es plenario y universal, abarca al hombre en forma integra, a todas sus sociedades, culturas y civilizaciones. En todas ellas el nombre de Dios deberá ser realmente santificado, según la oración que el mismo Jesús nos enseñó. En este reino debe hacerse la voluntad divina, que nos pide trabajar por nuestra santificación, que nos amemos como hermanos, que todas las ofensas sean perdonadas y todo mal vencido. Es un reino de Verdad. Esto nos exige no ser evasivos, calculadores y vivir sin repliegues internos. Todo esto, es indispensable para las auténticas y sinceras relaciones humanas. Esta verdad pedida por el reino de Jesucristo nos hará libres; el engaño y la mentira atan y limitan la expresión de la persona. Es un reino en el que se da una nueva dimensión de la justicia social que no termina en la igualdad esencial del individuo, sino que abarca la promoción de los pueblos en todos sus aspectos. Estamos viviendo muchas injusticias sociales provenientes de ideologías y sistemas políticos y económicos encontrados. Para muchos el progreso material, es un ansia de poder y de dominio, de discriminaciones sociales en las que se niega a las personas los más elementales servicios a los que se tiene derecho por ser seres humanos. Estamos viendo por televisión una procesión alucinante de miles de hermanos de todas las edades discriminados socialmente precisamente en el país del bienestar. Condenados a quedar sin acceso a lugares públicos que tienen necesidad de frecuentar. Y como respuesta a esto, se piensa en la violencia como solución, como la mejor manera de luchar contra la injusticia social. Los Cristianos no podemos permanecer al margen de la injusticia social, tenemos que aportar nuestra colaboración, pero no debemos dejarnos seducir por sirenas revolucionarias, utópicas y violentas. Hay que derribar las barreras que están dentro de nosotros, trabajando por la implantación del reino anunciado por Jesús. Solamente en El, encontramos nuestra plena realización. En ese reino la autoridad es un servicio y no ejercicio de poder asfixiante y opresor. Se da una mejor distribución de las riquezas y hay mejores salarios, no hay hombres explotados, ni seres humanos despreciados por la sociedad, sean minusválidos, inadaptados o por padecer alguna dependencia. En ese reino las dificultades tienen significado, porque se pueden superar siempre, transformándolas en posibilidades de amor y servicio. Sirven para construir la historia personal y colectiva en el amor. Este, es el precepto del reino. Debemos desterrar el egoísmo, que hace girones y andrajos la dignidad humana y la convivencia social.
El gran mal del mundo y el error de muchos hombres es el desconocer en forma consciente y sistemática a Jesús como Rey. Se resisten a aceptar las exigencias de este Reino, empezando por la Conversión, que nos pide la decisiva mudanza de la voluntad, una consciencia cambiada desde las raíces, otra escala de valores; en otras palabras una actitud vital plenamente nueva. Esta es una aventura difícil, pero muy interesante porque es el encuentro vivo con Cristo. Aunque no está dentro de nuestras posibilidades resolver los problemas del mundo, si debemos trabajar por la instauración de la paz entre todos los seres humanos. Paz basada en la fraternidad y justicia. Para poder lograr esto, es necesario participar en las responsabilidades y decisiones políticas, sociales, económicas, sindicales, etc., para que el poder político sea ejercido con justicia y para el bien común. Reflexione que las monarquías de los hombres ya pasaron de moda, ya son algo decorativo. Sólo el reinado de Cristo no conoce el ocaso. Su fiesta corona el año de la Liturgia Católica aquí en la tierra, pero se seguirá celebrando en la eterna liturgia de los cielos. Vale la pena militar bajo la bandera de este Rey. A nadie se obliga por la fuerza a ingresar, Dios nos creó libres y respeta esa liberta, pero sería un error rechazar su invitación. “ES NECESARIO QUE CRISTO REINE”.