No habrá salvación cuando el corazón está atado a las riquezas

de Enrique Díaz Díaz
Obispo Coadjutor de San Cristóbal de las Casas

25 Mayo

San Beda, El Venerable. San Gregorio VII. Santa María Magdalena de Pazzi.

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Eclesiástico 17,20-28: “Vuélvete al Señor y deja ya de pecar”, Salmo 31 “Perdona, Señor, nuestros pecados”, San Marcos 10,17-27: “Ve y vende lo que tienes y sígueme”

Subir a Jerusalén para todo israelita era una experiencia religiosa que marca toda la vida. De hecho, el ritmo de los pueblos quedaba marcado por las fiestas y los acontecimientos que ocurrían en Jerusalén. La subida de Jesús a Jerusalén también encierra un significado transcendente no sólo para Él, sino para todo discípulo. El templo, la ciudad santa, los sacrificios y rituales dan seguridad a cualquier fiel, pero Jesús trastoca todo este sentido.

En su camino a Jerusalén se acerca un hombre que parece sincero, que ha buscado “cumplir” los requisitos para alcanzar la salvación y con esta seguridad se acerca a Jesús para corroborar y quizás hasta para exhibir su perfección. Encuentra en la respuesta de Jesús algo que no esperaba. No se trata sólo de cumplir para tener la vida plena se tiene que ir mucho más allá: amar libremente, tener el corazón limpio y entregarse a la voluntad de su Padre.

No siempre quien cumple exteriormente tiene el corazón libre. Las riquezas y las ambiciones fácilmente nos ciegan y limitan. El hombre no se arriesga en el seguimiento de Jesús porque lo atan las riquezas. Que cierto es que podemos dar un poco mientras no nos toque en lo que realmente ponemos el corazón. Los mismos discípulos se muestran desconcertados porque no entienden la sentencia de Jesús sobre la dificultad de los ricos para entrar en el Reino de Dios.

Se han buscado muchas explicaciones tratando de mitigar esa sentencia de que es más fácil que un camello pase por el ojo de una aguja a que un rico se salve, pero lo cierto es que las palabras de Jesús son contundentes y claras: no habrá salvación cuando el corazón está atado a las riquezas.

El cielo no se puede comprar, el cielo se recibe como regalo pero si el corazón está ocupado en otras cosas, ya no cabe el cielo en el corazón. No tiene lugar para el amor al hermano, no tiene especio para recibir el amor del Padre y esto es el cielo. También para nosotros son estas invitaciones de Jesús a dejar todo, a mirar con amor al hermano y a seguir a Jesús. ¿También a nosotros nos entristece esta invitación? ¿También nosotros tenemos el corazón atado al dinero?