Desarrollo social y combate a la pobreza

de Emmo. Card. Alberto Suárez Inda
Arzobispo de Morelia

Desarrollo social y combate a la pobreza*

Principios éticos que hemos de considerar independientemente de nuestras convicciones religiosas y de posturas partidistas:

  • El desarrollo social es posible sólo cuando los seres humanos trabajan para hacer productiva la tierra y aprovechar los recursos naturales de manera responsable y con espíritu solidario. De otro modo, si se explota la naturaleza con ambición desmedida y con despotismo, se degrada el medio ambiente y esto trae daños que se revierten en contra del mismo hombre.
  • La finalidad que da sentido al universo es el desarrollo de “todo el hombre y de todos los hombres”; es decir, un desarrollo integral que abarca el cuerpo y el espíritu y que se extiende a los pueblos superando toda marginación y discriminación. La persona humana es el centro del cosmos, pero nunca podrá entenderse de manera individualista o cerrada en el egoísmo, ya que por naturaleza es social y su plenitud depende de las relaciones recíprocas que suponen respeto y solidaridad.

Somos testigos de grandes progresos que con la técnica y la ciencia se han logrado a través de la historia, especialmente en nuestra época. Sin embargo, no podemos decir que haya un desarrollo social mientras no sea equitativa la distribución de la riqueza, entendida ésta no sólo en el aspecto material sino también en las oportunidades de compartir el conocimiento y los bienes culturales. Es triste constatar que crece la brecha entre aquellos pocos que poseen más y los muchos que tienen cada vez menos.

Sigue teniendo actualidad el pensamiento de José María Morelos al afirmar que es preciso moderar tanto la opulencia como la indigencia. Es vergonzoso e indignante que un Estado rico, como el nuestro, tenga tal porcentaje de pobreza y pobreza extrema. El desempleo y la migración obligada son raíz de muchos otros problemas familiares y de desarraigo.

Mucho tiene que ver con la pobreza el descuido de la educación. Como dice el proverbio: “es mejor enseñar a pescar que regalar un pescado”. Sin despreciar los programas asistenciales del gobierno y las fundaciones humanitarias de grupos sociales y asociaciones religiosas, es deseable que no se reduzcan a remediar lo más inmediato sino que busquen la dignificación y promoción de los pobres para que lleguen a superarse y ser autosuficientes.

Si bien el dinero ayuda a satisfacer necesidades, por más que se tenga, nunca llega a ser fuente de plena felicidad. En medio de cierta austeridad se encuentra mayor satisfacción cuando se disfrutan, en la armonía y en la paz, los bienes suficientes para una vida digna.

Las prestaciones sociales, como son: la vivienda, el cuidado de la salud y el tiempo disponible para el descanso y una sana recreación, son parte de la responsabilidad de empresas y gobierno. Es necesario que las casas de los trabajadores y las unidades habitacionales sean proyectadas de modo que favorezcan la convivencia familiar y la integración social.

Más allá de ideologías y frases publicitarias es indispensable una mirada a la realidad y una estrategia que verdaderamente responda a las necesidades de las familias y las comunidades.

Quien asuma la alta y noble responsabilidad de gobernar ha de superar las tentaciones que inevitablemente le presentarán quienes buscan intereses particulares, deberá preocuparse de los grupos vulnerables y evitar la manipulación de falsos liderazgos. La correcta conciliación de los reclamos de grupos y de individuos es una de las funciones más delicadas del poder público; se requieren: capacidad de escucha, diálogo paciente y respuestas que vean más al bien de la comunidad que a intereses particulares.

No podremos lograr paz duradera sin una mayor justicia y la justicia no puede fincarse en el simple recurso a castigar delitos, se requiere ante todo reconocer la dignidad de todos y crear las condiciones efectivas para que sean reconocidos los derechos humanos. La paz es mucho más que la ausencia de conflictos violentos.