Solemnidad de Corpus Christi

de Francisco Moreno Barrón
Obispo de Tlaxcala

La voz del Obispo de Tlaxcala

En esta fiesta resuena en nosotros la voz de Cristo: “Yo soy el pan vivo, bajado del cielo” (Jn 6,51-58). Si estas palabras las estuviéramos oyendo por primera vez en boca de un ser humano, nos parecerían sin sentido por dos motivos: porque un hombre no se compara en nada con un pan, y porque ningún pan tiene vida. Sin embargo, Jesús dice estas palabras con absoluta seriedad, revelándonos algo esencial de su identidad.

Esta afirmación está dicha en forma enfática adversativa, como si Jesús dijera “Yo soy el pan vivo y no otro”, contraponiéndose así al único pan del cielo que hasta ese momento conocía la tradición bíblica: el maná. Por eso Jesús afirma: “Este es el pan bajado del cielo; no como el maná que comieron sus padres en el desierto…”

Pero Jesús agrega otras dos circunstancias que lo diferencian del maná: El maná fue dado por Dios como alimento para conservar en vida a los judíos peregrinos en el desierto, pero no era un alimento que fuera vivo; Jesús, en cambio, se identifica con un “pan vivo”. Por otro lado, es evidente que todos los judíos que comieron el maná murieron, excepto Josué y Caleb. En cambio, respecto de este “pan vivo”, Jesús asegura: “Si uno come de este pan, vivirá para siempre.

Nada puede recibir el nombre de “pan”, si no es para ser comido, por eso Jesús afirma: “El pan que yo daré es mi carne, por la vida del mundo”. Aquí surge la reacción de los judíos que decían. “¿Cómo puede este darnos a comer su carne?”. Jesús reafirma sus palabras, negando cualquier sentido metafórico y con la máxima seriedad: “En verdad, en verdad les digo: si no comen la carne del Hijo de hombre, y no beben su sangre, no tiene vida en ustedes”.

¡Ese pan se ha desdoblado en comida y bebida: la carne y sangre de Jesús! Expresa así su Persona entera. Reafirmando y aclarando la virtud de este pan vivo, Jesús explica: “El que come mi carne y bebe mi sangre, tiene vida eterna, y yo le resucitaré el último día”. No se trata de un “comer y beber” alegórico, por eso afirma: “mi carne es verdadera comida y mi sangre es verdadera bebida”.? Jesús ha definido este pan vivo como “mi carne para la vida del mundo”. Esta preposición “para” insinúa que está hablando de un sacrificio: “mi carne ofrecida en sacrificio para la vida del mundo”, el sacrificio de su muerte en la cruz por la salvación de todos los hombres. La vida que comunica la carne de Jesús es la de Cristo Resucitado, es la misma vida de Dios: “Lo mismo que… Yo vivo por el Padre, también el que me coma vivirá por mí”.

Todo esto alcanzó su realización en la última cena, cuando Jesús tomó un pan y dijo “Esto es mi Cuerpo…”. Luego tomó una copa llena de vino y dijo: “Este es el cáliz de mi sangre…”. Cuando el sacerdote repite este gesto en la Eucaristía, el pan y el vino dejan de ser lo que aparecen y se convierten en el Cuerpo y la Sangre de Cristo que se nos entregan como comida y bebida. Entonces se produce el efecto admirable: El que me come “permanece en mí y yo en él”. Esto se realiza en todos los que comen y beben, y están, por tanto, todos en comunión con Dios y entre ellos. Así se hace realidad el misterio de la Iglesia, Cuerpo de Cristo. Por esa permanencia eucarística de Jesús en nosotros se cumple su promesa: “Yo estaré con ustedes todos los días hasta el fin del mundo” (Mt 28,20). Que Tlaxcala, pueblo eucarístico, ponga siempre su corazón en Jesús Sacramentado.