El aborto, la pena de muerte, la educación sexual a niños, son temas que se han convertido en temas de especulación pública, manejados frecuentemente con “amarillismo” por algunos comunicadores. Esa clase de información, es la menos apropiada para poder emitir un juicio sereno, recto y objetivo sobre tan graves problemas sociales y éticos.
En cuanto al ABORTO sabemos que es un tema antiquísimo practicado por Grecia, Roma, Egipto, que por motivos políticos ordenaron el control natal. Ciertamente la explosión demográfica ha creado serios problemas al mundo, pero eso no autoriza a frenar dicha explosión, sin tomar en cuenta la honestidad de los medios para ello utilizados. La función del Estado debe ser fundamentalmente positiva, no destructiva. La vocación médica debe tener un respeto absoluto a la vida humana. Y el médico que se dedica a practicar el aborto, creo que ha perdido su vocación. La ciencia médica puede crear sus leyes de filosofía genética, pero no puede y no tiene derecho a contradecir las leyes divinas. La ciencia médica debe tener presente que toda vida humana es imagen de Dios y por lo mismo tiene una dignidad, que no puede ser superada por ningún otro valor humano, sea éste: político, económico y social. Si no hay pan para todos los comensales, no por eso hay que matarlos. Hay países tercermundistas, famélicos y subdesarrollados, pero el exterminar vidas humanas no soluciona sus problemas económicos o de higiene y salud. Hay que buscar otras soluciones.
¿CUANTOS HIJOS? La autoridad Eclesiástica no es natalista. No pide a los esposos que tengan los más hijos posibles. Pero si enseña que el matrimonio no es sólo una institución social, un estado jurídico, civil y canónico, sino que es un sacramento santificante de los esposos cuya vida matrimonial está al servicio de la vida. Por eso el hijo, no es solamente, efecto del amor, sino exigencia y causa del mismo. El hijo, es una prueba sólida, de la vitalidad del amor conyugal que aspira sin raquitismo, sino con generosidad y fortaleza de ánimo a la gloria de una razonable fecundidad. Una familia razonablemente numerosa y variada es el mejor campo para un buen desarrollo humano del hijo, al contacto de personalidades diversas, que crecen en el mismo hogar. La autoridad eclesiástica, no ignora, que la familia numerosa, impone a los padres sacrificios y modificaciones en su vida, pero también les recuerda que esa familia les proporciona una alegría moral, que sólo se puede apreciar y gustar a cierto nivel de elevación espiritual.
La belleza del paisaje se goza desde la altura. Padres de familia espiritualmente pobres, buscan la felicidad a flor de tierra y colocan su fin en sí mismos, sin tener capacidad, para orientarse hacia algo más noble, que la satisfacción personal. Sin embargo la procreación, no debe ser producto de un simple instintivismo o fruto de un comportamiento machista, sino una exigencia de un amor conyugal vigoroso, maduro y generoso, que ayude a los esposos, a tener no un control natal, sino una regulación responsable de la fecundidad. La autoridad eclesiástica respeta el derecho de los esposos a espaciar y limitar el número de hijos, cuando para ello existen razones serias. Aún más este derecho puede convertirse en un deber. Son pues los esposos quienes delante de Dios deciden sobre este asunto. Teniendo presente que no son simples usufructuarios de sus miembros, ni dueños, sino simples administradores, que tienen un cierto mando sobre ellos y pueden racionalmente regular la orientación y eficacia de su acto de amor. La fecundidad ha sido dada como una obligación a cada matrimonio, no puede sin embargo ser considerada como bien absoluto, sino relativo. Sólo se les pide, que reflexionen con seriedad, con criterios de fe y razón, porque también su derecho es relativo, no absoluto. El matrimonio está al servicio de la vida y no a una satisfacción egoísta de placer. La regulación de los nacimientos implica dirección correcta del dinamismo sexual y un dominio afectivo del mismo, porque se sabe cuál es la finalidad del sexo y su bondad. Supone una continencia periódica decidida en común acuerdo de los cónyuges y teniendo en cuenta las indicaciones mismas del organismo femenino. La regulación de los nacimientos es todo un arte, no artificio.
Proporciona no solo placer, sino gozos profundos y hay en ella, un cultivo de un amor generador y responsable. Es compatible con la espiritualidad, porque respeta a la naturaleza tal cual Dios la creo.
PATERNIDAD RESPONSABLE: La paternidad es hija de la sexualidad, pero no debe ser considerada únicamente desde el punto de vista biológico. Esta perspectiva la empobrece. La paternidad responsable se encuentra en el extremo opuesto de una morbosa restricción de la natalidad y de un cálculo utilitario sin corazón que nada sabe del inmenso valor del hijo, que ha florecido gracias al amor conyugal de los padres. Porque Dios no ha hecho a los esposos, simples instrumentos de la fecundidad, sino que los ha hecho partícipes y cooperadores de su amor creador. Por eso, cuanto más se amen en una entrega oblativa y mutua, tanto más estarán capacitados, para realizar en forma responsable su misión generadora de nuevas vidas.
“El Creced y Multiplicaos” no es precepto que impone una generación irreflexiva. Los esposos en sus relaciones íntimas, deben proceder siempre guiados por el amor y la razón. Deben tener una conciencia recta y verdadera, para saber cuál es la voluntad de Dios. Deben pensar en su bien personal, su salud, sus energías físicas y anímicas. En el bien de los hijos ya nacidos y de los que prevean en el futuro. Porque deben proporcionarles: alimento suficiente, vivienda adecuada, vestido decoroso, cuidado a su salud, educación conveniente, amor y comprensión. Necesitamos de una paternidad robusta, jugosa y bella, que haga de su hogar, no un refugio de delincuentes y desadaptados sociales, sino una escuela formadora de la belleza moral de cada hijo que lo prepare con una recia personalidad humanamente enriquecida en todos aspectos. Para que ocupe su puesto dentro de la sociedad. La paternidad responsable, siente la obligación de educar la vida que engendró. Ayudar a los hijos a encontrar el verdadero sentido de la vida. El ser humano vive inmerso en la historia y en la relatividad y el padre responsable tiene que ayudar al hijo a que sepa armonizar y jerarquizar todos los valores que componen el completo humano, para que reine el orden y la integridad en él, en orden al fin último. Porque Dios es el fundamento y vértice de la vida humana, si ésta, no se dirige a Él, en forma consiente y libre, se vivirá una vida a nivel de los irracionales. El padre responsable, enseña a su hijo, que como ser humano consta de cuerpo y alma, y es portador de una doble serie de valores: naturales y sobrenaturales y con los dos armónicamente conjugados, debe labrarse su destino eterno. Díganle que ciertamente la vida temporal es un bien, pero tiene un valor relativo y tiene sentido cuando nos prepara para nuestro fin. No debemos poner todo, al servicio de la vida y del cuerpo, porque se llega a un estado de materialización que nos convierte en irracionales o en máquinas, a lo que ayuda mucho la civilización que vivimos, la que se debate en una atmósfera de positivismo grosero y de maquinismo perturbador.
Que no olvide que hay valores superiores a la vida en el tiempo. Que hemos sido creados para la infinitud y que no equivoque el camino que nos conduce a la vida eterna. Que tenga presente que los bienes materiales, aunque sean abundantes, son incapaces de labrar la felicidad de quien padece, pobreza interior; y que nunca deben sofocar o desestimar la vida del espíritu. ¡Que siempre siga a Jesucristo que es: Camino, Verdad y Vida y si así lo hace, no caminará en tinieblas! ¿Cuántos hijos? Los que su conciencia recta y prudente le aconseje.
¡Pero no al aborto! las personas que han permitido esta clase de crimen están contra la ley divina, y la autoridad eclesiástica que es la responsable de que se cumpla dicha ley, nunca estará de acuerdo, en dar muerte a un ser humano inocente. Por eso nunca se callará, porque “el que calla, otorga” ¡Ojalá que no seamos sordos a la voz de Dios y no endurezcamos el corazón y cerremos el entendimiento!
Pbro. Domingo Arteaga Castañeda