“Vengan benditos de mi Padre, tomen posesión del reino preparado para ustedes desde la creación del mundo, porque tuve hambre y me dieron de comer, estuve sediento y me dieron de beber, era forastero y me hospedaron, estuve desnudo y me vistieron, enfermo y me visitaron, encarcelado y vinieron a verme. Entonces los justos le contestarán: ¿Cuándo te vimos hambriento y te alimentamos, sediento y te dimos de beber? ¿Cuándo te vimos de forastero y te hospedamos, o desnudo y te vestimos? ¿Cuándo te vimos enfermo o encarcelado y te fuimos a ver? Y el Señor contestará: Les aseguro y les digo que cuantas veces lo hicieron con el más insignificante de mis hermanos, conmigo lo hicieron”. He aquí, una misteriosa identificación de Cristo con el pobre. El cristianismo, no se puede reducir a una simple doctrina de conceptos muy elevados. Tampoco se es cristiano por el simple hecho de estar bautizado. Sino que el cristianismo es la religión del amor y la Iglesia, la comunidad de los que se aman y han creído que el amor revelado en Cristo es la última dimensión de todo. Quien ama pertenece a la comunidad cristiana. Quien rechaza el amor no es de la Iglesia de Cristo. La piedra de toque para saber si somos cristianos es el amor a Dios y al prójimo. Pero no es un amor de palabra sino de obras. El verdadero amor siempre se proyecta en obras. Es efectivo y operante. Este amor es substancial para la vida propia y ajena. Porque quien no ama está muerto dice el evangelio y de paso mata a su hermano. Este amor, traducido en obras, es de un valor determinante, ya que gana para el hombre que lo vive el destino eterno. “Tomen posesión del reino, porque tuve hambre y sed y me dieron con que saciarlas”.
Este amor cristiano que nos debe proyectar hacia los demás, en forma concreta y precisa, llevando ayuda pronta y generosa al hermano menesteroso, es esencialmente diferente de ese amor humano que prescinde de toda relación con Dios y que es puro humanitarismo, fundamentado en la compasión o simpatía. A esta clase de amor no le interesa lo que dice Jesús de que lo que hagamos en pro o en contra del necesitado a Él se lo hacemos. El amor altruista, es simplemente un medio de promover el bienestar de los hombres y de los grupos humanos, que brota a la vista del dolor ajeno, con el que nos sentimos solidarios, pero sin considerarlos fuente de santificación. En cambio, el amor cristiano es un amor hacia el prójimo, que nace en nosotros teniendo como origen el amor sobrenatural de Dios, por ser el prójimo una réplica de la imagen de Jesús, que se realiza en todo hombre, nos simpatice o no; sea de nuestro grupo o no. Este amor cristiano hace que el hombre se proyecte a todos los hombres pasando sobre las diferentes clases sociales, culturales y económicas, ya que estas circunstancias no destruyen el hecho fundamental de la común procedencia de Dios y de la común semejanza con El. Debe ser, un amor efectivo que se traduzca en obras. “Si el hermano y la hermana no tienen con que vestir y alguno de ustedes le dijera: Ve en paz, cúbranse y coman, pero no lo dieran con que calentarse y alimentarse, ¿Qué provecho sacaron?” El amor de palabra es estéril. La caridad que socorre con puras palabras es irónica y sarcástica. Delante de Dios de poco servirá decir Señor, Señor, si no practicamos las obras de caridad y misericordia. Por eso dice el apóstol Santiago que la fe sin las obras, es una fe muerta. No porque las obras sean la causa de la fe, sino porque son una manifestación de esa vida. Este amor que nos impulsa a ayudar al prójimo, necesita dirección, para que sea provechoso para todos. Dar a ciegas sin saber el objetivo que se trata de alcanzar no tiene sentido. La prudencia exige una circunspección y consideración de las circunstancias de cada caso para proceder en consecuencia con un fuerte sentido de responsabilidad en la ayuda al prójimo. Nunca dejará de haber pobres sobre la tierra, y esto que lo tengan en cuenta los que sueñan con el igualitarismo económico, pero también siempre habrá la obligación en los que han sido socorridos con abundancia de bienes materiales tender la mano hacia ellos. Así, tendrán un tesoro en el banco del cielo donde ni la polilla destruye ni los ladrones roban como sucede frecuentemente aquí.
Se puede aceptar una existencia dolorosa, una vida que sea toda ella un calvario; pero no se puede aceptar una existencia absurda y egoísta. Centrar la vida en la embriaguez de la trivialidad y pasarla girando dentro de un desolador círculo egocéntrico, es atrofiar hasta producir la muerte a la admirable capacidad del amor humano que de suyo es difusivo y tiende por vía natural hacia los demás. El hombre que no se proyecta hacia el prójimo, vive en el submundo de su angustiosa pequeñez, con la sola dimensión del “ego” idolatrándose y sustituyendo la profundidad de la vida, por el sensualismo atrofiante. Somos telúricos por esencia. No en vano fuimos sacados del polvo de la tierra, pero vivir no es estar simplemente sobre ella, como los topos resignados a su triste agujero. Vivir no es únicamente luchar por un pedazo de tierra y un mendrugo de pan en forma egoísta y una vez devorado sumirnos en el pesimismo. La vida no debe pasar sobre nosotros, sino nosotros sobre la vida, para hacerla y construirla. Dejar rastro de nuestra existencia sobre la tierra, no por las acciones egoístas, sino por un servicio desbordante hacia los demás. Los grandes hombres, han dejado huella precisamente por su vida dedicada al servicio de los demás. Las recias personalidades se han forjado en el yunque de la entrega a los demás, aceptando el sacrificio que implica esa incansable proyección, llena de afecto universal, en favor de los demás en toda circunstancia de la vida. El hombre que no busca más que sus intereses personales, se repliega en sentimientos destructivos y silenciosos absurdos, propios de un corazón sin afectos que no siente en lo más mínimo un estímulo que lo proyecte hacia algo fuera del propio “yo”, que es estrechez y estancamiento cuando se convierte en objeto único que asume toda la atención personal. Vivir en forma egoísta, es de lo más pobre y ruin que pueda haber. Sentirse el sol de la sociedad, produce el efecto contrario. Porque siempre se admirará al que pasó su vida sembrando servicios a los demás que el que se aprovechó de todo y de todos. La situación por la que pasa el mundo urge dejar nuestro egoísmo y salir del propio interés y a recorrer todos los rincones de la vida social para buscar y ayudar a los intereses de los demás. Debemos hacer llegar la influencia de nuestra ayuda para los espíritus derrumbados en todos aspectos. El amor y la justicia cristiana nos urgen a ello. Si no nos proyectamos hacia afuera, nuestra vida aunque tratemos de disimularlo tendrá una sensación amarga de vaciedad e inutilidad. Por la sencilla razón de que perdió su sentido y su dirección. Que nuestra existencia no se pierda en la mediocridad de los intereses personales, ni en los instintos egoístas, sino que sea como el agua que al correr hace el bien, dando la vida a muchos seres. Por eso hoy la máxima autoridad eclesiástica el Sr. Obispo Don Felipe, sintiendo la solidaridad con el Sr. Obispo de la Tarahumara, que vive con sus feligreses una muy lamentable situación llena de hambre y sus consecuencias, nos invita a que con amor caritativo cristiano ayudemos a esos hermanos que viven y sufren esta muy lamentable situación; con sus graves consecuencias, que llevan a la desesperación y hasta la muerte. Que nuestro egoísmo no nos lleve a la indiferencia de estos hermanos que están viviendo en la miseria. Sino que vivamos la auténtica caridad evangélica, que nos empuja a compartir lo que tenemos, con los que nada tienen. La caridad evangélica, es el motor de la vida cristiana. No debemos soñar, vivir en la paz; mientras haya partes de la humanidad y aquí en el caso presente, los vecinos de esa parte de Chihuahua, que están con el estómago vacío, y viven en pocilgas pestilentes, sumidos en la miseria de una vida infrahumana, por causas de la naturaleza. Quien siente inquietud, por tanto dolor en la humanidad y quiere ayudar, está observando a las mil maravillas el primero y principal mandamiento de la Ley Divina, que es: El amor a Dios y al prójimo. Y El, mismo nos dice que lo que se haga con los más pobres y miserables, con El, se hace. Por eso la opción preferencial por los miserables, es adherirse al Divino Redentor. Por eso la autoridad eclesiástica diocesana, nos invita hoya juntar, el amor cristiano y la justicia social, que son los medios para ayudar a los Tarahumaras del trágico drama que los está atacando. ¡Arriba y adelante! ¡Ayude lo más generosamente que pueda! ¡Dios se lo pagará con creces!