“Y LA MUERTE SE CONVIRTIO EN MEJOR VIDA”

Al acercarse la fecha, en la que la Iglesia Católica invita a la oración por los fieles difuntos, conviene reflexionar sobre el verdadero sentido de la muerte; ya que con ella, no se acaba todo, sino que es principio de una nueva forma de vivir, porque el hombre no es pura materia. Ciertamente la muerte es una de las realidades más duras de la existencia humana. Diariamente la vemos reaparecer en escena por cientos de miles de veces, sin embargo no ha logrado, convertirse en un trivial acontecimiento, sino por lo contrario, siempre tiene carácter de solemnidad; tanto porque nos abre la puerta de lo desconocido, a donde tenemos que ir solos, ya que siempre se muere sólo, como también porque da a todo lo que hemos hecho, un carácter decisivo e irrevocable. El hombre por el deseo innato de vivir, siente miedo y rechaza la muerte, y no le gusta pensar en ella, sin embargo; la presencia de la muerte, está en la raíz de la existencia misma, ya que ésta la porta en su seno. Cada momento que vivimos, nos acerca a su encuentro. Se muere mientras se vive y se vive mientras se muere. La muerte está presente en toda la estructura de la vida. (Somos un “Ser” para la muerte). Más la muerte no es final del camino, no es cesación de vida, sino un modo nuevo y mejor de vivir; no es tiniebla, sino luz resplandeciente que se origina en el sol de la resurrección de Cristo. “Yo soy resurrección y vida, quien crea en Mí, aunque muera, vivirá; y todo el que vive y cree en Mí, no morirá para siempre”. (Jn. XI, 23) La muerte nos lleva a ese cielo y esa tierra nueva de la que nos habla el Apocalipsis.