MISERICORDIA Y JUSTICIA

Muchas personas consideran que Dios es tan Bueno que no juzga ni condena a nadie, y por eso el infierno está vacío y el cielo sobrepoblado. Otras, en cambio, se van al extremo opuesto y le tienen miedo a Dios porque piensan que es como un ojo inmenso al que no se le va una, que está todo el tiempo juzgándolas con absoluta severidad, registrando hasta sus más mínimas faltas y anotándolas con tinta indeleble en un misterioso libro que un día les mostrará para que comprendan por qué las mandará, merecidamente, al infierno. Pero estas visiones tan extremistas no tienen sustento real en la Sagrada Escritura, que suele plantear una visión equilibrada, que muestra que Dios es a la vez Misericordioso y Justo Juez. Tenemos ejemplo de ello en textos bíblicos que se proclaman este domingo en Misa. En la Primera Lectura (Ez 34, 11-12.15-17) Dios se presenta como un pastor amoroso que vela por su rebaño y va en busca de sus ovejas para encontrar a las que se han dispersado ‘un día de niebla y oscuridad’. Afirma “Buscaré a la oveja perdida y haré volver a la descarriada; curaré a la herida; robusteceré a la débil, y a la que está gorda y fuerte, la cuidaré.” (Ez 34, 16). Es una imagen bellísima que nos hace sentir amados y protegidos por el Señor. No en balde el Salmo que responde a esta Lectura proclama gozoso: “El Señor es mi pastor, nada me falta; en verdes praderas me hace reposar y hacia fuentes tranquilas me conduce para reparar mis fuerzas” (Sal 23, 1-2). Hasta aquí todo es muy bonito y tranquilizador y nos mueve a sentirnos felices de estar bajo el cuidado de semejante pastor, pero todavía no cantemos victoria. Si buscamos ese texto de Ezequiel directamente en la Biblia nos damos cuenta de que en realidad dice: “a la que está gorda y robusta la exterminaré”. ¿Que quééé?, ¿la exterminará?, pues ¿qué tiene contra las ovejas gorditas si son muy simpáticas? De entrada se oye fatal (literalmente) eso de que exterminará a la oveja gorda y robusta (tal vez por eso en la liturgia cambiaron lo de ‘exterminar’ por ‘cuidar’), pero quien conoce la vida pastoril sabe que cuando una oveja engorda mucho más que las otras, es que se está comiendo la comida que les toca a las demás, dejándolas sin lo que les corresponde. Lo justo es retirarla del rebaño. Se entiende entonces que cuando Dios afirma que exterminará a la oveja gorda, añada, como a modo de explicación: “las pastorearé con justicia” (Ez 34,16).
Queda, pues, claro, por una parte, que Dios es un Pastor que ama tanto a sus ovejas que es capaz de ir a donde sea con tal de recobrar a la oveja perdida, hacer volver a la descarriada, curar y fortalecer a la herida y debilitada. Pero queda claro también que, como Él mismo lo anuncia: va a “a juzgar entre oveja y oveja, entre carneros y machos cabríos” (Ez 34, 17). Es que el amor de Dios no le impide juzgar. Amar no significa pasar por alto lo que está mal o permitir que se realice una injusticia. La misericordia consiste en poner el corazón en las miserias del otro (es decir, en su pecado), no en hacerse ‘de la vista gorda’. No pensemos que porque ahora disfrutamos a manos llenas de la misericordia divina, no nos llegará el día en que tengamos que someternos a la justicia divina. Ese día llegará. Lo anuncia el Evangelio dominical (ver Mt 25, 31-46). En él Jesús promete que vendrá a juzgarnos. Y retomando la imagen planteada en la Primera Lectura dice que así “como aparta el pastor a las ovejas de los cabritos”, así nos separará a unos de otros. Cabe preguntarnos (para estar preparados), ¿cuál será el criterio para dicha selección? Desde luego la misericordia y la justicia, pero ojo, no solamente la divina sino la nuestra. Que hayamos sido misericordiosos y justos con los demás. Que, a diferencia de esa oveja robusta que se olvidó de las otras y se dedicó a engordar, nosotros hayamos aprendido de nuestro Pastor a darlo todo por los demás; hayamos sabido imitarlo en Su manera de amar.