3) LA ALIANZA NUEVA Y EL GRANO DE TRIGO

Por Gabriel González del Estal

1.- Mirad que llegan días en que haré con la casa de Israel y la casa de Judá una alianza nueva. El que habla ahora, en nombre de Dios, es el profeta Jeremías. Jeremías sabe que en la alianza antigua, con Noé, con Abrahán, con Moisés, Dios se había comprometido a proteger a su pueblo, siempre y cuando éste cumpliera los mandatos que el Señor le daba. El profeta Jeremías sabe también que el pueblo no había cumplido en muchísimas ocasiones los mandatos del Señor, por lo que se había hecho merecedor de muchos de los males que había padecido. Pues bien, el Señor, por boca del profeta, les dice ahora: mirad que llegan días en que haré con la casa de Israel y de Judá una alianza nueva y distinta: “meteré mi ley en su pecho, la escribiré en sus corazones, todos me conocerán, cuando yo perdone sus crímenes y no recuerde sus pecados”. Dios, gratuitamente, perdonará a su pueblo y todos le conocerán. Los cristianos siempre hemos visto en este texto un anuncio de lo que sería la nueva y eterna alianza que hizo Dios con nosotros, a través de su hijo Jesucristo. El cuerpo de Cristo, que será entregado por nosotros, y la sangre de Cristo, que será derramada por nosotros, nos han conseguido, generosa y gratuitamente, el perdón y la gracia de Dios. Ya no hacen falta más sacrificios expiatorios; el sacrificio único de Cristo nos ha traído para siempre la salvación. Si nosotros, durante nuestra vida, vivimos en comunión con Cristo y somos miembros vivos de su cuerpo, moriremos y resucitaremos con él. Esta es la nueva y eterna alianza que entrevió y profetizó el profeta Jeremías.

2.- Si el grano de trigo no cae en tierra y muere, queda infecundo. Cristo está pensando en sí mismo cuando dice esta frase. Él va a morir, como el grano de trigo, y resucitará, como espiga dorada por el sol. Esto era lo que no acababan de entender sus discípulos: que Cristo tuviera que morir y que sólo cuando muriera sería “elevado sobre la tierra, atrayendo a todos hacia él”, con su resurrección. Cristo les dice que los que quieran seguirle tendrán que morir, como el grano de trigo, antes de resucitar con él; “el que quiera servirme, que me siga”. Sólo por la cruz del calvario se llega a la luz de la resurrección. Sabemos, pues, que para ser discípulos y seguidores de Cristo debemos hacer del sufrimiento un camino de salvación. No nos gusta sufrir por sufrir, detestamos el sufrimiento inútil y absurdo, tanto para nosotros mismos como para los demás. Pero la vida está llena de dolores necesarios para nuestra salud corporal y espiritual. Estos son los dolores que debemos aceptar con valentía cristiana, haciendo de ellos camino de salvación. A Cristo tampoco le gustaba sufrir –mi alma está triste hasta la muerte-, pero, porque su sufrimiento y su muerte eran necesarios para la salvación del mundo, aceptó el sufrimiento –no se haga mi voluntad, sino la tuya.

3.- Señor, quisiéramos ver a Jesús. Esto le decían unos gentiles a Felipe, el de Betsaida de Galilea. Estos gentiles habían oído hablar de las maravillas que hacía Jesús y querían conocerlo. Los que tenemos la suerte de conocer, aunque sea muy imperfectamente, a Jesús, debemos estar siempre dispuestos a contar las maravillas que Dios ha hecho en nosotros a través de su hijo, Cristo, y a llevar a los que no le conocen hasta él. “El que me ve a mí, le había dicho el mismo Jesús a Felipe, ve al Padre”. A través de la figura de Cristo debemos los cristianos llevar a las personas al conocimiento de Dios. Y nosotros mismos que, a través de la fe, ya hemos visto a Jesús, debemos pedir todos los días a nuestro Padre Dios que nos haga ver cada día con un poco más de claridad a la persona de Cristo. Ver a Cristo, para nosotros, debe ser acercarnos cada día un poco más a él, hasta vivir en comunión totalmente con él.