Por José María Martín OSA
1.- Una nueva alianza escrita en el corazón de cada uno. Jeremías se abre a la esperanza escatológica para anunciar una "alianza nueva". La profecía de Jeremías adquiere todo su significado en la situación crítica en la que fue pronunciada. Recordemos que eran tiempos de ruina nacional, en los que el Templo con todos sus símbolos se vino abajo. Es la primera vez que aparece este concepto de la "nueva alianza", que pasaría después al Nuevo Testamento y a la iglesia cristiana. Las partes de esta alianza serán las mismas que pactaron en el Sinaí: Yahvé será el Dios de Israel, y éste el pueblo de Dios. Pero esta alianza nueva, escrita en el corazón, sólo será posible si el mismo Dios purifica antes los corazones y perdona el pecado que en ellos está grabado. Jeremías señala la responsabilidad personal de cada persona. Es una relación personal con Dios, que meterá su ley en el pecho y en el corazón de cada uno. “Mi sacrificio es un espíritu quebrantado”, dice el Salmo responsorial. San Agustín comenta que el que así ora reconoce su responsabilidad personal “se examina a sí mismo, y no de manera superficial, como quien palpa, sino profundizando en su interior. No se perdona a sí mismo, y por esto precisamente puede atreverse a pedir perdón.
Mi sacrificio es un espíritu quebrantado; un corazón quebrantado y humillado; tú no lo desprecias. Este es el sacrificio que has de ofrecer. No busques en el rebaño, no prepares navíos para navegar hasta las más lejanas tierras a buscar perfumes. Busca en tu corazón la ofrenda grata a Dios”.
2.- La obediencia y la angustia de Jesús. En la segunda lectura, de la Carta a los Hebreos el autor describe con palabras conmovedoras y llenas de realismo la oración y la angustia de Jesús. Evidentemente se refiere al trance de Getsemaní, cuando Jesús tuvo que experimentar en su propia carne la repugnancia natural ante una muerte que se acercaba. El que iba a ser constituido mediador y sacerdote de la nueva alianza se acercó a los hombres y bajó hasta lo más profundo de nuestro dolor. Sabemos que Jesús padeció y murió en la cruz después de su oración en el Huerto de los Olivos. Si, no obstante, se dice aquí que fue escuchado, esto sólo puede tener dos sentidos igualmente válidos: que Jesús venció su repugnancia natural a la muerte y aceptó la voluntad del Padre y que el Padre lo libró de la muerte resucitándole al tercer día. Frecuentemente se habla en el Nuevo Testamento de la obediencia de Jesús, pero ésta es la obediencia del Padre, que se muestra muchas veces como desobediencia a los hombres y a las leyes humanas. Por su obediencia al Padre hasta la muerte, y muerte de cruz, Jesús alcanzó una vida cumplida, perfecta, gloriosa, y fue constituido en Señor que ahora da la vida a todos cuantos le obedecen.
3.- Dar fruto como el grano de trigo que muere en el surco. Tras le resurrección de Lázaro mucha gente decidió seguir a Jesús. Los fariseos comentan llenos de rabia en el versículo anterior al comienzo de este texto: “Todo el mundo se ha ido tras él”. Todo el clamor de la multitud y el triunfo que le acompaña no puede impedir que Jesús esté en su interior profundamente preocupado; pues ha llegado la "hora" de su "exaltación", de su muerte y también de su verdadera glorificación en la cruz. Es la hora señalada por el Padre para realizar la siembra necesaria, sin la que no es posible la cosecha. Y Jesús es el grano. Es preciso que muera para que se extienda por todo el mundo su obra de salvación. La cosecha que Jesús espera no es otra que la salvación del mundo por la fe en su evangelio. Juan utiliza siempre la expresión "dar fruto" en este sentido misionero. La eficacia de la muerte de Jesús para la extensión del reino de Dios entre los hombres y los pueblos no es una eficacia automática: por lo tanto no ahorra a nadie la opción libre por el evangelio. Por eso Jesús, que ha cumplido en su vida y en su muerte la ley de la siembra, de la generosidad y la entrega, nos advierte que todos debemos hacer lo mismo que él si queremos entrar con él en la vida eterna. Pues el que sólo se cuida de sí mismo y no tiene más preocupaciones que la de salvar su vida, la pierde; en cambio, gana la vida eterna el que vive y muere por los demás.
4.- Servir a Cristo en el hermano. Jesús obedeció al Padre cuando llegó su "hora". Jesús recuerda a sus discípulos que deben servirle y servir al evangelio siguiendo su camino hasta el final. En qué consiste “servir a Cristo”?. San Agustín nos lo explica: “Debemos buscar en este mismo texto qué significa servir a Jesús, sin tener que recurrir a otros. Cuando dijo: Si alguno me sirve, sígame, indicó lo que quería decir: Si alguno no me sigue, ése no me sirve. Sirven, pues a Cristo los que no buscan sus propios intereses, sino los de Jesucristo. Sígame, es decir, vaya por mis caminos y no por los suyos. El que sirve así, sirve a Cristo y se le dirá con justicia: Lo que hiciste a uno de mis pequeños, a mí me lo hiciste. Y a quien sirva a Cristo de este modo, el Padre le honrará con el extraordinario honor de estar con su Hijo y su felicidad será inagotable”.