“DENTRO DEL PLAN DIVINO DE LA REDENCION LA HUMILDE SIERVA DE DIOS: MARIA, ES: SIGNO MISTERIOSO Y DECISIVO”

...En la Historia de la salvación. Dentro del marco de la liturgia Adviental, emergen algunas figuras bíblicas que dan una particular tonalidad a este tiempo litúrgico en el cual, se pone de relieve la relación y cooperación de María en el Misterio de la Redención, porque Ella es el signo misterioso dado al rey Ajaz. Este rey temía por la sobrevivencia de la dinastía davídica. Ha perdido la confianza en YAHVE, quien le afirma triunfar sobre los enemigos del reino. Pero el rey carente de sensibilidad religiosa, actúa en un plano de puros cálculos políticos. Dios manda la intervención del profeta Isaías para que el rey tenga confianza en el auxilio divino y como prueba de esta ayuda ofrece al rey, la evidencia de algún portento que él pida. Pero el rey con fingida religiosidad rechaza el signo. El falso tono piadoso de Ajaz, hace enojar al profeta, el cual con visión mesiánica afirma que YAHVE mismo se lo dará y le dice: “HE AQUI QUE LA VIRGEN CONCEBIRA Y DARA A LUZ UN HIJO. Y SU NOMBRE SERA EMMANUEL” (Is, 7, 14). Esta profecía es uno de los grandes textos mesiánicos. En él se anuncia la concepción Virginal de Cristo. Esa Virgen madre es: MARIA. Su virginidad de hecho y de derecho, es todo un misterio divino de primer orden. La concepción de Cristo no quitó, ni destruyó su virginidad porque lo concebido en Ella, es obra del Espíritu Santo. Virginidad que no es vacío, porque no es ausencia plena de Dios. María es Virgen, porque es el Espíritu Santo, el principio activo y fecundador, en la concepción de la prole divina prometida, por eso será Hijo del Altísimo. Por esta profecía vemos que María fue escogida para ser la Madre de Dios hecho hombre, Jesucristo. María es la tierra virgen que tomó la mano del Padre celestial, para modelar el cuerpo de Cristo, Nuevo Adán. Esta maternidad augusta es, el punto de arranque del cumplimiento pleno de la promesa.

El hombre caído desde sus orígenes, no podía quedar justificado, sino solo por un acto infinito de misericordia del mismo Creador, ofendido por la prevaricación humana. Bien pudo Dios prever y querer otra forma de reconciliación, pero lo cierto es que eligió la mejor forma. Jesús es el Mediador que puso de nuevo en amistad, al hombre con el Divino Creador, naciendo en el seno de una mujer, transitando todo el proceso de concepción y gestación que atraviesa todo ser humano para nacer; con la única diferencia en que la encarnación de Jesús se opera sin intervención de hombre, sino por obra y gracia del Espíritu Santo. María ha sido encontrada llena de gracia y es llamada por el Padre Celestial para ser la Madre de Jesús y junto con El, realizar la salvación de la humanidad. La encarnación es la primera maravilla que nos narran los evangelios. Allí aparece anticipada la presencia de María, a la de Cristo, porque es primero la existencia de la madre y después la del Hijo.

María está en la puerta de la redención. La ejecución del plan redentor, empieza con la encarnación; de ahí arranca, de ese “FIAT” maravilloso que con toda humildad y disponibilidad sale de su corazón, más que de su boca, porque su corazón es un receptáculo de misterios y milagros, donde Dios va suscitando las dulces adivinaciones de su fe, donde Ella misma va develando cotidianamente el plan divino en su vida y en la vida de los hombres. Por la anunciación la Virgen María se da cuenta clara de que va a ser la Madre de Dios, del Mesías tan largamente esperado. Su vida desde ese momento quedó bañada por un torrente de luz y su persona colocada en el centro del universo, más allá del tiempo y del espacio.

Desde entonces todas las generaciones la llamarán Bienaventurada. Y a más de dos mil años de distancia esa profecía se sigue cumpliendo, en los Santuarios erigidos en todo el mundo en su honor; los cantos marianos que llenan la fe de millones de hombres por estar cercana a todos los humanos por su Maternidad espiritual sobre los mismos. La humilde Virgen, signo misterioso y decisivo en nuestra redención es invocada hoy con una letanía de rango universal, como eco agradecido, laudatorio e imperatorio a la que fue escogida para ser la Madre del Salvador: MARIA.

Ella es la: “KEJARITOMENE” llena de gracia, elevada sobre todos los hombres y todos los ángeles, para ser nuestra intercesora. Confiemos en Ella, que está favorablemente dispuesta para venir en nuestra ayuda. Invoquémosla para que derrame sobre nosotros su misericordia. Acudamos a María, sin miedo, sin flojedad, con fervor ardiente y pidamos su asistencia y no olviden que Ella es el camino más seguro, más fácil, el más corto y más perfecto para ir a Jesucristo; por lo mismo el Ave María no elimina el Padre Nuestro, sino que nos abre a él. Un cristiano sin María, está amputado en su fe. No olvide que la santidad ejemplar de la Virgen Madre de Dios, mueve a los seres humanos que la reconocemos como lo que es, a levantar nuestros ojos a su luz ejemplar que brilla como nuestro modelo de virtudes sólidas evangélicas como: La fe y la dócil aceptación de la palabra de Dios; su obediencia generosa, su humildad sencilla, su caridad solícita, su sabiduría reflexiva, su piedad pronta y efectiva en el cumplimiento de los deberes religiosos y ora junto con la comunidad apostólica; y es un ejemplo de fortaleza en el destierro y en el dolor, pobreza llevada con dignidad y confianza; es modelo de vigilante cuidado del hijo desde la humildad del establo, hasta la ignominia del a cruz. De todas estas virtudes ejemplares, de Nuestra Madre debemos adornarnos los hijos, por nuestra tenaz y devota contemplación de su vida ejemplar y reproducirla en nuestra vida cristiana. Si imitamos este ejemplo, tendremos un crecimiento floreciente y perfumado en nuestra vida religiosa. Recordemos y agradezcamos, su valiosa cooperación en la obra salvífica de Cristo, que vino a sufrir y a morir, para salvarnos. Su sacrificio redentor es una recreación del hombre, para devolvernos la santidad perdida, por el pecado de desobediencia, de los primeros padres de la humanidad: Adán y Eva. Pero Cristo es el Nuevo Adán y María la nueva Eva. ¡Agradezcamos a Nuestro Redentor y a Nuestra corredentora! ¡El Misterio Redentor que nos ha beneficiado! ¡Arriba y adelante! ¡Aprovechémoslo!